Jesús María Dapena Botero (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Ya, desde El chiste y su relación con el inconsciente (1905), el viejo Freud nos habla de la lúdica como vía de acceso al inconsciente, claro está, desde el juego de palabras, que permite un reencuentro con lo placentero, en tanto juego de reconocimiento, ya que lo familiar se asocia con lo confortable, que es el juego que ocurre cuando desaparecemos ante el bebé, para volver a reaparecer ante él, unos segundos después, lo que ocasiona su cantarina carcajada. Ya, para el mismo Aristóteles, la alegría del reconocimiento era la base del goce artístico; es como si a la angustia que produce la desaparición, que amenaza la permanencia del vínculo, la reaparición del rostro conocido, permite el contento de poder superar la dificultad, generadora de ansiedad.
Así las rimas, las aliteraciones, los refranes y tantas otras formas de repetición dentro de un discurso o de un texto, se aprovechan de esta forma de placer, la del redescubrimiento de lo consabido.
Ahí detectamos el estrecho vínculo entre el conocer y el recordar, que determina que muchas remembranzas resulten tan placenteras y es, precisamente, en esa revelación de lo ya nombrado, donde tantas veces radica la gracia de un chiste, por obra y gracias de una reactualización de viejas experiencias, tal vez sepultadas en el oscuro mundo de los inconscientes.
También encontramos placer en las chanzas que permiten una repetición de lo semejante, redescubrir lo ya mencionado y rescatarlo del olvido, o en el gusto que producen las homofonías, los cuales muchas veces producen tanto gozo en el adulto como en el niño, que cultiva determinado juego que lo lleva a encontrarse con el significado de las palabras, o en la trabazón de los sintagmas, como cuando se me lengua la traba, que llevan a los pequeños a proseguir el juego sin miramientos motivados por los efectos placenteros, los cuales sólo han de tener un límite ante la crítica de otra racionalidad, que intenta poner un término a dicha actividad lúdica, al reprocharlo como un claro sinsentido, un deleite por lo absurdo.
Las chanzas tienen por objeto abrirse paso hacia el placer del juego pero intentando acallar el veto de la crítica, a través de un entramado de palabras sin sentido para una lógica racional, con la satisfacción del chiste oportuno e ingenioso.
Es de ahí que el propósito del placer sea la búsqueda de una ganancia de placer semejante a la que obtiene el niño que juega pero que en el curso del desarrollo intelectual y cultural fue poniéndoles diques la crítica de la razón.
El chiste y la chanzas surgen de una manera espontánea, automática, sin ningún propósito fijo, desde lo inconsciente, cuya fuente es lo infantil, donde encuentran con facilidad las condiciones de su génesis, donde se dan las condensaciones que el chiste requiere para su formación, de acuerdo con la lógica a-lógica del inconsciente, viejo solar de los juegos de palabras.
Así el pensamiento racional se retrotrae a estadios más pueriles, en busca de la fuente infantil de placer, que hace que como dijera Nietzsche que en todo hombre grande hay un niño que quiere jugar, ya que el chiste es una forma aniñada del trabajo del pensamiento, de tal forma que de lo que nos reímos es de esa especie de “tontería infantil”, que tiene para, nosotros, adultos, un efecto cómico, hechos de la misma textura que los locos delirios y los sueños, los cuales sólo pudiéramos apreciar si no les aplicáramos los requerimientos del pensar consciente, como bien lo señalara el viejo psiquiatra Wilhelm Griesinger, quien, aún antes de Freud hablara de que en los sueños y la psicosis se daban intentos de realización de deseos.
Así, la risa recae en la comparación entre el yo del adulto y el del niño, la concordancia entre la condición adulta y la infantil, del lado de lo cual queda siempre lo cómico, ya que, lo que es cómico, en el adulto, remite a lo que es placentero para el infante, que tal vez, nos haga como personas maduras:
- Así, también, lo he hecho yo de niño.
Lo cómico anuda lo preconsciente con lo infantil, más allá de lo que Bergson pudiera plantear en su obra La risa. Freud nos lleva a admitir que lo que lo cómico convoca al ser infantil y nos lleva a un mundo con menos desarrollo intelectual y ético; es, por ello que el tonto recuerda a un niño torpe y el malo evoca al niño díscolo y travieso; ambos terminan por desenterrar un placer infantil cegado para el adulto.
Se da. en el regocijado emisor o receptor del chiste, un fenómeno de empatía con puntos de vista infantiles, que resultan pertinentes y oportunos, que rememoran al niño desamparado, al infante metido en situaciones embarazosas, dado su defectuoso dominio del cuerpo, cuando se dan repeticiones continuas de preguntas o de relatos, que resultarían inoportunas para el adulto.
La exageración entonces depara placer por su desmesura, por su desenfreno frente a los imperativos de la razón, que nos ha sido transmitido a través de esa aculturación que promueve la educación, encargada de inhibir ciertas mociones naturales y espontáneas de los niños.
La imitación, arte en el que son expertos los niños, mediante los juegos de mimicry, que categorizara Roger Caillois, también tiene para el adulto efectos cómicos, dado el placer que al mimetizar el niño siente de controlar al adulto que imita, para destituirlo de sus roles de autoridad y ponerlo a su nivel, en un ejercicio de puro goce.
Así, lo cómico sería lo que no correspondería con lo adulto. (1)
En La indagatoria forense y el psicoanálisis, de 1906, Freud retoma el tema del juego, en un contexto distinto al del chiste, para remitirnos a los juegos infantiles de asociación de palabras, juego que el propio padre del psicoanálisis seguía al pedirle a sus analizantes que hablaran de todo lo que se les ocurriera, discurso que el seguiría con gran atención, al escucharlos con todas sus ganas, para interrumpirlo, sin censura alguna, en el momento en que tuviera claro algo que aportar al paciente para lograr una mayor conciencia de lo que ocurría en su interior, tal vez apuntalado en los experimentos asociativos de la escuela de Wilhelm Wundt para estudiar las reacciones a palabras-estímulo, lo que permitiría a psicoanalistas como el propio Freud, Bleuler y Jung hacer una aplicación en la clínica, al pie de sus pacientes, para llegar a esos nudos complejos e inconscientes que determinaban el proceso del enfermar de sus pacientes, que al hacerse conscientes de lo inconsciente podían ser curados de sus síntomas, en una tarea casi detectivesca. (2)
Pero sería dos años más tarde, en El creador literario y el fantaseo, donde Freud asimilara la actividad lúdica de los niños con la escritura del literato que logra conmovernos con el impacto estético que producen en el espectador, al tocar la fibra de poetas que todos llevamos dentro, en tanto el niño y el artista crean sus mundos a su antojo, en universos que organizan de acuerdo con su propio orden, en creaciones que se toman muy en serio, en el que ponen grandes montos de afecto, en oposición con la realidad efectiva, para conducirnos por tierras de fantasía, de ahí que las representaciones literarias tomen el nombre de Spiel, la comedia se llame Lustspiel, la tragedia Trauerspiel y el actor teatral se nombre Schauspieler, en paradigmas en los que Spiel también significa juego, ya que, mediante estos juegos, tanto los niños como los escritores nos deparan un goce fantástico, tanto como si nos enfrentaran con realidades que nos ofrecerían un gozo excepcional; así, hasta los dramas más penosos pueden resultarnos placenteros.
El niño, al convertirse en adulto, usualmente, deja de jugar, al renunciar en apariencia a los placeres lúdicos, aunque no hay nada más difícil, para la persona mayor que el renunciar a las placeres que antaño conoció, de ahí que Nietzsche no se equivocara al hablarnos de la vocación de los hombres auténticos de acercarse al mundo lúdico de los infantes, a esa dichosa movilidad del niño que juega, tan traviesa como la temporalidad misma, con su liviandad y su inocencia, que supera con la fuerza de la imaginación, las capas más hostiles de la realidad, de la Ley y del sentimiento de culpa, para intentar llevarnos a una realidad más plena. Así, lo que logramos es transformar unas cosas en otras; de ahí que cuando la persona madura, que deja de jugar, va tras el recurso de la fantasía, para construir ensoñaciones diurnas, que muchas veces oculta por vergüenza, al no hacer tan franco como el niño, a quien no importa jugar ante el mundo adulto, incluso hasta convertirlo en su público.
Pero tanto los juegos como las fantasías están dirigidos por deseos y hasta podemos ver con frecuencia al niño que juega a ser grande, en un juego de mimicry, en el que imita todo aquello que le resulta familiar, sin esconder ese deseo.
El poeta, a la manera del niño, no tiene empacho en divulgar sus sentimientos, sus fantasías, sus penas y sus alegrías. Era por ello que Goethe decía:
Y donde el humano suele enmudecer en su tormento, un dios me concedió el don de decir cuánto sufro.
Todo lo cual redunda en el propio conocimiento del sujeto mismo, al poder reconocer esos deseos que proceden de una falta, de una insatisfacción y contienen la fuerza pulsional, el quantum de afecto, que empuja hacia una meta y un fin satisfactores, que jalonan la vida en busca de su realización, aún a costa de enfermar.
Así muchas veces, vemos brotar la obra poética de recuerdos infantiles, que sirven de materia prima a la creación artística, tanto como a la neurosis o, aún a la psicosis misma, en un ámbito en el que la creación poética y el sueño diurno se continúan, para producirnos un placer sublime, al liberarnos de tensiones interiores, sin remordimiento, sin vergüenza por nuestra propia imaginería. (3)
Los niños representan muchas mociones pulsionales en sus juegos, en los que publican sus teorías sexuales infantiles, que podríamos definir como discursos organizados, erróneos para la lógica racional, que pretenden explicar el funcionamiento de la sexualidad, dentro de las que incluyen la relación entre los padres, en lo que se ha dado en llamar, la fantasía originaria de escena primaria, que pretende dar cuenta de lo que se da en la pareja conyugal o acerca de la desmentida de una diferencia anatómica entre los sexos. Baste para comprenderlo leer la siguiente viñeta clínica de Melanie Klein de cuando esa cimera analista de niños nos relatara su caso Erna:
Durante el curso del juego Erna abrió el grifo del agua, al que solía llamar el grifo de crema batida) después de haber envuelto papel su alrededor.
Cuando el papel estaba empapado y caía dentro de la pileta, ella lo rompía y lo ofrecía a la venta como pescado.
La glotonería compulsiva con que Erna bebía del grifo durante este juego y la forma como mascaba pescado imaginario, señalaban, claramente, la envidia oral que ella había sentido durante la escena primaría y durante sus fantasías primarias.
Esta envidia había afectado profundamente el desarrollo de su carácter y era también un rasgo central de su neurosis. Las equivalencias del pescado con el pene del padre como también con las heces y los niños se hicieron obvias en sus asociaciones.
Erna tenía variados pescados para vender, y entre ellos un Kokelfische o, como ella repentinamente lo llamaba, Kakelfische. Mientras los cortaba tuvo deseos repentinos de defeca y ésto me demostró que los pescados eran equivalentes a las heces, puesto que el cortarlos equivalía al acto de defecar. (4)
Asimismo, la arbitraria Morgana, una criatura de seis años, que fuese llevada a mi consulta, por una arbitrariedad infranqueable de una verdadera zarina, que la ponía en conflicto con el mundo adulto, quien me sometía a un supuesto juego de relgas, en el que ella las cambiaba a su antojo, como si fuera la reina de corazones del País de las Maravillas, para convertirme en uno de aquellos hombres que iban tras la cabeza de medusa y ésta los dejaba paralizados con el fin de sostener el fantasma de una mujer fálica que ella tenía por un claro yo ideal para ella, sin que, para nada, conociera ella, el relato de la mitología griega; ahí tendría yo que ineniármeles para lanzar una interpretación tan certera, que me permitiera devolverle su mirada para poder someterla a la Ley de la castración, a la que estamos sometidos tanto los hombres como las mujeres.
Pero Freud, que hasta ahora ha interpretado el juego desde la perspectiva del principio del placer, dará una vuelta de rosca en Más allá del principio del placer al mirar el fenómeno desde un ángulo distinto, el de la pulsión de muerte. Y es ahí cuando observará a su nietecito, un pequeñín de año y medio, cuyos juegos le resultaban sumamente enigmáticos.
Se trataba de un niño con un desarrollo normal, con un léxico limitado, que usaba ciertos sonidos, cargados de significado, quien solía lanzar sus juguetes debajo de la cama mientras expresaba el vocablo o-o-o-o, con el que aludía a la frase alemana, fort, se fué para luego complejizarlo al sostener un carretel con una cuerdita, al que hacía desaparecer al grito de o-o-o-o para celebrar su reaparición con un jubiloso da, aquí está, con ello se permitía elaborar la ausencia de su madre, sin entrar en pataleos, a pesar de que ésta no le resultara agradable, así la condición de pasividad a la que estaba sometido por el abandono, generador de angustia, era controlada por una actividad lúdica, de donde Freud podría colegir que los niños repiten en el juego aquello que les ocasiona gran impresión en su vida, de tal manera que descargan su intensidad y se adueñan de la situación, lo cual puede suceder después de los exámenes médicos o de intervenciones quirúrgicas, que pueden resultarles espantosas. Así representan también los horrores de la guerra, como se ha visto en Palestina o como sucedía en el proceso psicoanalítico de aquel pequeñín, al que atendí durante las guerras de la mafia en Medellín, en la que había perdido dos de sus parientes más cercanos y en un juego inhibido me citaba a batallar, en unas desalentadas batallas, que se fueron haciendo más vigorosas cuando pude formularle el tabú de la muerte del semejante, para al final, ser abandonadas, ya que tanto el niño como el artista no ahorran al espectador las impresiones más molestas y en cambio la representación lúdica, plástica o dramática puede ocasionarles un elevado goce liberador y catártico. (5) (6)
En el juego, el niño repite la vivencia desiplacentera, para adquirir un dominio sobre una impresión intensa, que fue ocasionada por un acontecimiento que el pequeño vivió de una forma pasiva, por lo cual, el pequeño siente que con cada repetición perfeccionara el control activo sobre la situación; por ello, se muestra infleible en exigir una identidad de percepción; es por eso que los niños piden a los adultos que repitan una y otra vez el mismo cuento o el mismo juego, hasta que el adulto fatigado se rehuse a hacerlo. La repetición pareciera garantizar el reencuentro con lo idéntico, lo que se constituye en sí mismo en una fuente de goce.
Así, el juego de los niños se apuntala en un fragmento de realidad, que le proporciona un significado particular y un sentido secreto, de alguna manera simbólico. (7
Las primeras vivencias placenteras del niño con su madre, son vividas de un modo pasivo, al ser amamantado, limpiado, cargado o vestido y éstas se convierten en puntos de fijación pero el niño vuelve a ellas de una manera activa, por la vía de la retroactivación retroactiva, el après-coup, en el juego, de ahí que proponga a su madre que jueguen a que él es la mamá y ésta el infante o lo hace con las muñecas, que en las niñas es como una especie de despertar de la feminidad, a través de un vínculo y una identificación con la madre. (8)
Para Melanie Klein, la técnica del juego se convierte realmente en el psicoanálisis con niños en una vía de acceso al inconsciente, para conocer la phantasie, la fantasía inconsciente, en niños que tienen mucha más dificultad de verbalizar que los analizantes adultos; el juego substituye en el análisis con niños la asociación libre del adulto.
Klein descubre que el niño juega no sólo para repetir sino para elaborar y simbolizar al desplegar su mundo interno a través de personifaciones que cobran vida; el juego habla de los conflictos del infante y el analista se ve inmerso en él como si se metiera propiamente en un sueño.
Donald Winnicott continuaría en la línea de Melanie Klein, al considerar el juego libre como una herramienta fundamental en el psicoanálisis con niños, con todo lo que el conlleva de orgtanización y voluntad de dominio, lo que lo llevaría a establecer toda una teoría del jugar, en la que mostraría que los bebés juegan espontáneamente como parte de un proceso normal, que en psicoanálisis tendría una dimensión distinta, al dar cuenta de un espacio virtual, que se crea entre el analizante y el analista, a partir de esa capacidad del aparato psíquico sano de jugar, a partir de una zona transicional que se establece entre la madre y su bebé, que abre el camino de la creatividad.
Notas:
1) Freud, S. El chiste y su relación con el inconsciente en Obras Completas (t.VIII). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp.
2) Freud, S. La indagatoria forense y el psicoanálisis en Obras Completas (t.IX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp 87-91.
3) Freud, S. El creador literario y el fantaseo en Obras Completas (t.IX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp. 123-135.
4) Klein, M. Una neurosis obsesiva en una niña de 6 años en El psicoanálisis de niños. http://psicopsi.com/El-caso-Erna-Melanie-Klein
5) Dapena, J. El niño, el psicoanalista y nuestras guerras. En: Memoria del IV Congreso Nacional de Salud Mental del Niño y del Adolescente. 1994, pp.
6) Freud, S. Más allá del principio del placer en Obras Completas (t. XVIII). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp14-17.
7) Freud, S. La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis en Obras Completas (t.XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 197
8) Freud, S. Sobre la sexualidad femenina en Obras Completas (t.XXI). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 238Haga click aquí para recibir gratis Argenpress en su correo electrónico.